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Querida pequeña mía

Hace cuatro meses que no escribo. Han pasado muchas cosas en este tiempo, entre ellas, me he planteado cerrar este espacio, ya que no le doy el trato que se merece, pero lo cierto es que hay ocasiones en las que siento que necesito escribir. Hoy es uno de esos días.

Claudia ya está perfectamente adaptada a la escuela, aunque nos costó llegar hasta mitad de diciembre para conseguirlo. La veo ir feliz y entrar muy contenta cuando la reciben sus educadoras por la mañana. Eso me hace saber que es un buen sitio para estar cuando no está en casa. Y al hilo de esto...

Querida pequeña mía:

Ya sé que aún no tienes edad para comprenderlo, pero espero que llegue el día en que no sea necesario, siquiera, explicártelo y que el ejemplo que recibas aquí, dentro de estas cuatro paredes donde vivimos, sea suficiente.

Ayer leí una carta que me llenó de tristeza. Era la carta de un niño a sus padres. En ella le decía que no aguantaba más, que ir al colegio era un infierno para él y que por eso se quitaba la vida. Acababa pidiendo perdón, esperando que algún día ellos fueran capaces de no odiarle por haber hecho esto. Se llamaba Diego, y tenía solamente 11 años.

Yo te miraba a ti, profundamente dormida, ajena a todo el dolor del mundo y pensaba en que quizás, algún día, podrías ser una de esas niñas que no quiere ir al colegio porque allí se hacen realidad tus peores pesadillas. También pensaba que quizás podrías estar en el otro bando, en el que inflinge el daño, en el de los acosadores, en el que causa el temor de otros chicos y chicas que llegan a la escuela muertos de miedo. Leía los comentarios que otros padres hacían al respecto y un escalofrío me recorría la espalda. "Yo siempre le digo a mi hijo que si le pegan, pegue más fuerte", "A esos niños habría que reventarles la cabeza", y otras afirmaciones por el estilo aún más violentas si cabe...

Y hoy te miro otra vez, de nuevo dormida. Tan dulce, tan chiquitita, tan frágil, que imagino si no será demasiado todo esto que ahora espero de, y para, ti: espero que tu escuela te ofrezca siempre seguridad y protección, y que llegado el momento, no te veas en ninguno de los dos extremos. Espero que sepas capear el temporal. Que nunca permitas que se te falte al respeto y que siempre confíes en Papá y en mí para contarnos tus problemas, cualesquiera que sean. Espero que tampoco permitas que se le falte el respeto a los demás mirando hacia otro lado y siendo indiferente y que seas lo suficientemente valiente como para levantar la voz (de manera pública o privada) y decir ¡ya basta!, y por encima de todo, hija mía, espero que TÚ jamás uses la violencia intentando acabar con ella y que YO no te vea sufrir nunca tanto como para querer usarla.

Te quiere, Mamá.

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