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Se acerca el día EI

Septiembre ha llegado. Era inevitable que lo hiciera.

El lunes es el día EI (escuela infantil). A las 09.30 y durante cuarenta y cinco minutos permaneceremos en la escuela iniciando el período de adaptación. No tengo bien claro si es Claudia quien se tiene que adaptar o si por el contrario tendré que ser yo. Afortunadamente, será una adaptación personalizada y respetuosa. Finalizará cuando la niña sea capaz de despedirse sabiendo que allí estará en un ambiente que le es familiar y seguro. En palabras de una de sus educadoras: "Si todos los días entra llorando sin consuelo y la dejamos así hasta agotarse, nunca se va a adaptar y nunca va a sentir que éste es un buen lugar para estar. Si su llanto no cesa, te llamaremos para que vuelvas. Así, hasta que esté preparada para separarse de ti. Puede ser una semana, pueden ser tres meses... pero no queremos que los niños vengan a sufrir."

A pesar de todas las cosas buenas que saqué en claro de esa primera reunión, es la primera vez que nos separaremos realmente, así que intento imaginarme el momento en que tenga que despedirme de ella y se me hace muy duro. Sé que va a estar bien atendida y cuidada, de no ser así, jamás iría, pero sigue dándome miedo cederla a brazos extraños aunque sea por unas horas. Me da miedo que llore y que no puedan asistir su llanto porque hay otros niños que también requieren a las educadoras. Miedo a una reacción alérgica fruto de un descuido. Miedo que esté asustada o se dé un golpe y que no esté mi pecho para calmarla. Miedo a que interprete que Mami la abandona y no sepa que cuando le digo que voy a volver, es porque realmente voy a hacerlo.

En honor a la verdad, hay que decir que las educadoras que estarán con ella son realmente encantadoras y profesionales. Atendieron a todas mis peticiones en cuanto a la alergia (material escolar, comedor, fiestas escolares...) y las vi observar mucho a la niña en el contacto inicial que tuvimos. Capté rápidamente que tenían interés por conocerla y por saber qué cosas le gustaban y atraían. Se lanzó a por las muñecas y a por la cocinita en cuanto llegamos (mi zarandajo ha salido tan marujona como su madre). Curiosamente, ignoró los libros y los puzzles de encaje, que suelen ser sus juguetes preferidos.

Quizás, quién sabe, se despide alegre de mí y se queda jugando tranquilamente en su aula (esto es puro intento de autoconvencimiento, quien nos conoce sabe que va a llorar y que yo también lo haré), pero como las probabilidades de que eso suceda son remotas, ya estoy ensayando mi mejor cara para que no crea que la estoy dejando en un lugar raro y de locos donde todo el mundo llora, porque si Mamá se va triste y con cara de susto, este sitio muy de fiar no debe de ser...

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