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15 meses y 21 días después de que Claudia naciera

Tenemos en Canarias tormentas de verano. Un calor que abrasa, que se te pega al cuerpo porque la lluvia está dando paso a la temida humedad. Es absolutamente insoportable. Esta tarde, 15 meses y 21 días después de que Claudia naciera, por primera vez, después de merendar, mientras yo sudaba cual pollo de asadero, le dije a Papá que se la llevara al salón, que me iba a dar el gusto de pegarme un baño con agua fresquita y espuma y a relajarme. Nada de duchas rápidas hoy.

Nada más alejado de la realidad. No había pasado un cuarto de hora, y ya la estaba escuchando llorar. "¡Nooo! ¿En seeeerioooo?", fue lo primero que pensé mientras me levantaba rápido dispuesta a quitarme el jabón como las locas y a salir corriendo a ver lo que pasaba; pero en ese momento justo, por primera vez, 15 meses y 21 días después de que Claudia naciera, decidí que había llegado la hora de dejarles resolver la situación solos, sin que yo interviniera para nada. Volví a acostarme en la bañera, me concentré en cerrar los ojos, y me quedé escuchando de fondo qué sucedía en el salón, mientras luchaba contra mis ganas de ir en plan salvadora de toda catástrofe. Al ritmo del ratón de Susanita y del Señor Don Gato que se sentaba en su tejado, en cuestión de minutos, la niña había dejado de llorar y los escuché jugar, así que me permití quedarme otro rato más tumbada alejada del calor. Ahora que ya he comprobado que puedo quitarme la capa de SuperMami al menos media hora a la semana y delegar en Papá sin que el mundo se venga abajo, voy a repetir esto más a menudo. Se lo debo a mi pelo, a mis piernas depiladas a la velocidad de la luz, a mi maquillaje sin usar, y sobre todo, me lo debo a mí. Por supuesto, gracias, Papi, por dejarme este ratito para mí solita.

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